sábado, 28 de noviembre de 2009

nubes


Ese día yo estaba acostada en el pasto mirando al cielo, había muchas nubes y empecé a contarlas y a jugar a qué se parecen.

Vi una que era igual a la flor que me diste esa noche, que arrancaste de un jardín, la acomodaste y me la pasaste. No dijimos nada. Sólo sonreí y en tu cara vi una de esas risas de niño que tanto me gustaba.

Había otra que estaba más cerca del sol y que se iluminaba, esa se parecía a nuestras dos manos tomadas de aquel paseo que dimos por el mar, por la orilla, por la espuma y que en la arena se convertía en sal…

Frente a mis ojos, una nube que era igual a tus ojos; yo sentía como me miraban y cuanto brillaban. Eran como algodones de azúcar profundos y cálidos. Y a ratos una mezcla de ti y de mí. Esa era mi favorita, porque volaba pensando en esos ojos, me daban ganas de arrancarlos del cielo y guardarlos en mi almohada. Los miré fijamente mucho tiempo, pensando que quizás así… tú aparecerías.

Me dormí pensando en ti, hasta soñé contigo… recorríamos puras estaciones de nubes riendo como solemos hacer, poniendo caras para molestarte y tú con tus dedos me hacías cosquillas en las costillas para enojarme. Pero nunca lo lograste, no me haces enojar, porque nos entendemos bien, porque sabes lo que quiero y yo sé para donde vas… estamos juntos en esto, ¿te has dado cuenta?

Desperté porque sentí un cosquilleo en la oreja. Y eras tú… habías llegado a buscarme, a contarme un par de cosas, a buscar la guitarra y cantar, a jugar entre los árboles… a decirme tonteras y a reír. Paseamos un poco, tomamos un helado, pasamos el calor y nos miramos mucho rato.

Yo le dije de las nubes y él las tomó y con cada una me dibujó.

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