
La calle está más pesada, los pasos se quietan con el camino, las nubes bajan a la altura de mi cara y el corazón queda tapado y mudo en frío…
Cada vez que apareces tú…
Ahora todo se confunde cuando tu voz atraviesa mi mente y mis recuerdos, ¿te acuerdas el día que pusimos final a la entuerta historia que nos asedia? La pena no me invade, ni los recuerdos ni las fotos ni la gente ni la vida. Me atormenta saber qué tan cerca estás aún aquí para estar tan lejos, como me llaman tus ojos al pasar, como nuestro aire vuelve a mezclarse cada vez que te sueño, como me llama tu mente y suena el teléfono de tu cocina, como la señora del almacén cuenta nuestra historia a sus aburridas clientas, como se alimentan tus amigos de palabras de mí cuando ríen de todo lo que pasó…. Y yo aquí sigo recordándote a ratos, viajera, lejana… y tú sigues cuidándome, pasajero, cercano.
El día que decidiste marchar, tirar por la ventana de tu cuarto piso todo nuestro amor, mover las olas de la quinta región para que se lavaran de nuestros cuerpos desnudos, callar todo el barrio bellavista para que oyera nuestra canción… de amor acaso; juntar cada pedazo de amistad que unimos para convertirla en átomos de recuerdos y vivirla como la eternidad feliz.
¿para qué?
Para venir un día después, sentarte lejano, mirarme a la cara y reprochar mi cariño, mis palabras, mis abrazos y hasta mi gesto de humanidad hacia tu confusión. Mirar tu boca sin entender palabra, tocar tus manos sin sentir tu humedad, volver la vista sin sentir tu presencia.
Cruzaste la calle, me gritaste un par de cosas, pateaste a tres perros indefensos y un gato flacucho; me volviste a mirar mientras yo abundaba en tristeza. Te callaste. Seguiste la calle. Pasó la micro y te llevó pero debajo de ella. Acabaste tu vida odiándome y sintiendo rencor mientras yo sólo pedía despertar. Te fuiste, no volviste ni volverás.
La avenida está vacía, avanzo segura y ligera por la autopista, llego más lejos con el sol detrás de mi cabeza y mi alma vuela libre por el aire…
Cada vez que desapareces tú.
Cada vez que apareces tú…
Ahora todo se confunde cuando tu voz atraviesa mi mente y mis recuerdos, ¿te acuerdas el día que pusimos final a la entuerta historia que nos asedia? La pena no me invade, ni los recuerdos ni las fotos ni la gente ni la vida. Me atormenta saber qué tan cerca estás aún aquí para estar tan lejos, como me llaman tus ojos al pasar, como nuestro aire vuelve a mezclarse cada vez que te sueño, como me llama tu mente y suena el teléfono de tu cocina, como la señora del almacén cuenta nuestra historia a sus aburridas clientas, como se alimentan tus amigos de palabras de mí cuando ríen de todo lo que pasó…. Y yo aquí sigo recordándote a ratos, viajera, lejana… y tú sigues cuidándome, pasajero, cercano.
El día que decidiste marchar, tirar por la ventana de tu cuarto piso todo nuestro amor, mover las olas de la quinta región para que se lavaran de nuestros cuerpos desnudos, callar todo el barrio bellavista para que oyera nuestra canción… de amor acaso; juntar cada pedazo de amistad que unimos para convertirla en átomos de recuerdos y vivirla como la eternidad feliz.
¿para qué?
Para venir un día después, sentarte lejano, mirarme a la cara y reprochar mi cariño, mis palabras, mis abrazos y hasta mi gesto de humanidad hacia tu confusión. Mirar tu boca sin entender palabra, tocar tus manos sin sentir tu humedad, volver la vista sin sentir tu presencia.
Cruzaste la calle, me gritaste un par de cosas, pateaste a tres perros indefensos y un gato flacucho; me volviste a mirar mientras yo abundaba en tristeza. Te callaste. Seguiste la calle. Pasó la micro y te llevó pero debajo de ella. Acabaste tu vida odiándome y sintiendo rencor mientras yo sólo pedía despertar. Te fuiste, no volviste ni volverás.
La avenida está vacía, avanzo segura y ligera por la autopista, llego más lejos con el sol detrás de mi cabeza y mi alma vuela libre por el aire…
Cada vez que desapareces tú.