domingo, 20 de septiembre de 2009

E s c a p e


Siempre que llego a un lugar público busco los avisos de escape, no es algo al azar. En las micros me siento cerca de la puerta, poco tomo el metro, cuando estoy de visita me siento lo más cerca de las ventanas o puertas; hasta en las cosas más triviales busco ese detalle. Según la RAE, su definición en tercer lugar – masculino es: Fuga apresurada con que alguien se libra de recibir el daño que le amenaza. Y esa es mi favorita.

No son ansias de libertad, es la necesidad de redimirme de cualquier intimidación que saque de vía mi camino que me ha costado centrar. No ha sido fácil cosecharme a mí misma, como para que cualquier algo o alguien pueda descentrarme. Es la precaución con la que doy cada paso, la manera que tengo para decir: “bueno, aquí no sigo yo”. O la forma con la que delimito mis sueños para que no entren en terrenos baldíos y lodosos. He fallado, muchas veces. Pero sigo aquí levantándome por cada caída, sea de un metro o de diecisiete kilómetros, desde la nube más blanca que he pintado o del país más lejano al que he viajado. Siempre me levanto. No me creo invencible. Al contrario, pero le hago empeño.

Una vez me dijeron: “tan valiente que eres y yo aquí cagado de miedo”. ¿Cuál sería mi opción? Si me dejara nublar por cada temor no avanzaría ni un respiro en mi vía. Esa es la gran diferencia entre ellos y yo. Entre el resto y yo. No es que sea distinta, es que soy yo. Aquí y en la esquina de tu casa, soy yo. Aquí y en la orilla de tu cama, soy yo. Aquí en la cumbre de nuestro cuerpo, soy yo. Aquí y en la distancia de nuestros sentimientos, soy yo. Aquí y en tus ojos, soy yo.


Esa es la gran diferencia.


Pero ya sabes, cada vez que te acerques sabrás que al lado mío estará aquel
Escape, ese que me libera de culpas, que sostiene un pié sobre él, que me dice: aquí estoy para ti.

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