
Un domingo atrás salí a caminar y en e camino encontré una puerta entre abierta, más cerrada que abierta, pero estaba ese curioso espacio.
Cuando la vi sentí como si hubiese brillado, era extraño dentro de aquel bosque toparme con algo así; luego pensé que si me la encontraba debía existir alguna razón; en ella, cruzando su umbral, algo tenía que descubrir.
Me paré frente a ella y la miraba fijamente, quizás alguien salía o puede que se abriera con el viento; luego de diez minutos de observarla sin descuidar detalle... me acerqué. En ese momento sentí algo extraño en mi cuerpo, como una invasión, calor y frío, algo de mareos y cosquillas en la guata. No lo podía entender ¿por qué esa puerta provocaba tanto en mí?
A esas alturas ya oscurecía, había frío, la gente ya no pasaba cerca... y yo sentía como un imán... unas ansias imposibles de omitir por querer pasar ese umbral, por cruzar, tomar la manilla y empujar la puerta y dejarme envolver por el misterio de aquello.
Pensaba mucho, que era riesgoso, que podía encontrarme con sorpresas de todo tipo, que si entraba quizás nunca saliese... pero... ¿pero qué podía perder? quizás podía ganar mucho más de lo que dejaría detrás de mi espalda. Seguía confundida. miraba para todos lados, busqué en el cielo las nubes por si me decían algo, pensaba y pensaba... recordaba tantas cosas, tantos consejos.
En ese momento entendí que si mi corazón decía: entra, yo no debía dudarlo ni un minuto y caminar hacia la puerta. Cerré mis ojos, pensé en la gente, en mi gente... me despojé de caprichos y de prejuicios y entendí... debía entrar.
Un respiro, una mirada hacia atrás y partí. Tomé la manilla, empujé la puerta, volví a cerrar los ojos y la abrí. Temblaron mis piernas, mis manos y mi cabeza, el corazón palpitó tres veces más fuerte y más rápido, sentí un calambre interior inmenso.
No alcancé a abrir los ojos cuando ya había cerrado la puerta, sin explicación, sin mayores preguntas... la dejé bien cerrada, volví atrás y caminé, esta vez más fuerte... llegué a mi casa, entré a mi pieza, me recosté en mi cama y dije: YA CERRÉ LA PUERTA.