
"Querida
por lo que quieras tú mas ven
mas compasión de mí tú ten
mira mi soledad
mira mi soledad
que no me sienta nada bien"
Sonaba muy fuerte desde la radio de lata que hay sobre un velador de roble antiguo, en la casa roja que siempre tiene las ventanas abiertas.
Es la casa más alta del pueblito, donde siempre vemos gatos y sombras de la viejita que ahí vive.
La música siempre suena fuerte, no sé si por fanatismo o por la capacidad auditiva de la habitante, pero casualmente, cada vez que yo pasaba escuchaba alguna frase que me llegara al hueso; típicas cancionsillas de Camilo Sesto, Leonardo Favio, Zalo Reyes, y esta vez... JuanGa (Juan Gabriel para los menos entendidos).
Aunque en aquella ocasión fue distinto porque no iba sola; fue un día en que decidí salir a conversar al puerto con quien había dejado algo pendiente, y tal ves entre tanta vuelta y subida - bajada pudiésemos arreglar el asunto.
Pero fue peor; cada cosa que pasaba era un recuerdo, cada encuentro, cada persona le daba a él la seguridad de que lo nuestro no era una equivocación ni una mala seguidilla del destino.
Yo intentaba despistarlo y hacerle creer que llegué ahí por error, pero como en cada puerto... yo partiría en el siguiente barco; él odiaba mis metáforas y yo sólo intentaba distraerlo para pillarlo volando bajo.
Yo quería escapar, pero él me atajaba en cada momento. Un bocinazo, unas flores, u helado de invierno, un ratón; todo para él era una señal... yo odiaba sus señales.
No era que yo no lo quisiera, era que él me quería y no estaba dispuesta a cargar con esa responsabilidad.
Nos detuvimos en un kiosco y él pidió el horóscopo, mientras yo compraba una ciruela. Me leyó: "no temas, no creas que no puedes aprender a amar". Lo miré, arrugué su horóscopo y lo tiré al desagüe. Él tomó mi mano y me lanzó un beso, pero lo esquivé.
Ya cansados decidimos sacar una conclusión; la solución era caminar 17 pasos (mi número favorito) y esperar una señal (su estrategia infalible, pero que yo creí que esta vez estaría de mi lado).
Llegamos al 17 y paramos frente a la casa roja, la más alta del pueblito; donde siempre se ven gatos y la sombra de una viejita que habita ahí. Siempre hay una radio de lata sonando fuerte y nos decía:
"Querida
por lo que quieras tú mas ven
mas compasión de mí tú ten
mira mi soledad
mira mi soledad
que no me sienta nada bien"
Me convenció.